La Semana Santa y sus desafíos: Tradición versus Modernidad

A veces me pregunto si me gusta la Semana Santa. Más bien, me pregunto si me gusta todo lo que tiene que ver con las cofradías. Ni creo que la Hermandad de los Panaderos esté dividida… ni apruebo la injerencia eclesiástica colocando al frente de la corporación al cuñado, literalmente, del delegado del Miércoles Santo. No me gusta el techo de cristal que imponen a las mujeres los que, por costumbre, toman las decisiones y me desagrada, profundamente, la resistencia a la modernidad que algunos presentan.

Dentro de poco habrá quien prohíba sentarse en los bordillos a comerse el bocadillo en la tarde del Martes Santo, beberse una cerveza mientras pasa la cofradía de turno o llevar botines para patearse la ciudad. Se me olvidaba que algunas de estas cosas ya están prohibidas, caramba.

Especialmente, aborrezco esa preferencia por unas formas supuestamente tradicionales aunque absolutamente impostadas que hacen cierta la afirmación de Eric Hobsbawm: la invención de la tradición. En realidad, suponen un lastre para la fiesta y para la ciudad. Detesto la religiosidad racional que quiere imponerse como una nueva forma del despotismo ilustrado.

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